Siglo 21 Sección: Columna de Opinión Pagina: 16

 

¡Gracias, padre Gómez!

 El papa Francisco nos convocó a todos los católicos a celebrar, entre el 29 de noviembre de 2014 y el 30 de enero de 2016, el Año de la Vida Consagrada que, para nosotros, los laicos, es oportunidad de expresar nuestro reconocimiento y cariño a todos los sacerdotes, religiosas y religiosos, tanto del clero secular como de los innumerables institutos y órdenes monásticas que, desde una enorme diversidad de carismas y actividades dedican su vida al servicio de la Iglesia y de la humanidad, especialmente de los más desfavorecidos.

En su carta apostólica a todos los consagrados, el santo padre les reitera una exhortación de San Juan Pablo II: “Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas”; planteándoles tres objetivos: mirar al pasado con gratitud; vivir el presente con pasión, y abrazar el futuro con esperanza. El primero —afirma— es indispensable para mantener viva la identidad y tomar conciencia de cómo se ha vivido el carisma de cada instituto, permitiendo “descubrir incoherencias, fruto de la debilidad humana, y a veces hasta el olvido de algunos aspectos esenciales del carisma”, dando testimonio con gozo de la santidad y vitalidad que hay en la mayor parte de los que fueron llamados a la vida consagrada.

Y justamente aprovecho estas líneas para rendir homenaje y agradecer toda una vida de servicio dedicada a nuestra patria por el padre Antonio Gómez. Sacerdote jesuita que llegó a Guatemala por los años 60 y a quien tuve la oportunidad de tratar en muchas ocasiones. Falleció en noviembre de 2014 y, lamentablemente, me enteré hasta hace pocos días, al comentar sobre él en la tienda del Centro de Integración Familiar (CIF), ubicada en la terminal área, obra a la que dedicó sus mejores esfuerzos y su capacidad, tanto en gerencia como de profesional de la psicología.

Al CIF se agregaron el Centro de Promoción Social para la Mujer, el Centro Juvenil y la Consultoría Matrimonial. En la sede de Rabinal realizó una extraordinaria labor en favor del desarrollo, que convirtió al CIF en una ONG modélica, con el Hogar Rural y el Centro de Formación de Artesanos. Fue tan exitosa que alguna vez me comentó que declinaba ofrecimientos de varios cooperantes, pues no quería sacrificar la calidad por la cantidad. Polifacético, como muchos de los discípulos de San Ignacio de Loyola, fue incluso directivo del Club Municipal de futbol, y como párroco del barrio de San Antonio, acompañado de otro extraordinario sacerdote —el padre José María González, nuestro capellán en el Liceo Guatemala y reconocido erudito en temas bíblicos— desplegó también una intensa labor pastoral, acompañados de unas abnegadas religiosas residentes, entre las que recuerdo a Madre Amalia. Fue el padre Gómez —al igual que otros muchos que he tenido la fortuna de conocer— un gran ejemplo de vida consagrada, que hizo realidad el lema de su instituto: “A la mayor gloria de Dios”. Por ello, aunque tarde y en la seguridad que se encuentra en la presencia del Señor, le digo de todo corazón: ¡Gracias, padre Gómez!

En esta Cuaresma y Semana Santa dediquemos nuestras oraciones y devociones para rogar por quienes se han dedicado a la vida consagrada. Porque se mantengan fieles a su vocación y a los carismas de sus fundadores, con una renovación permanente dentro de la alegría del Evangelio, como les pide ese humilde y extraordinario pastor que es Francisco.

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