Siglo21 Sección: Opinión Página: 12

Por un trabajo decente para todos

En el siglo XIX, bajo el lema acuñado por Robert Owen, la primera reivindicación de los trabajadores organizados fue la reducción de la jornada de trabajo, que generalmente era de 14 a 16 horas. Bajo el lema “Ocho horas de trabajo, ocho horas de recreación y ocho horas de descanso”, los sindicatos de Europa y Estados Unidos promovieron intensas luchas para llegar a la jornada de ocho horas, que ahora vemos perfectamente normal, pero que en ese entonces llevó a sangrientas represalias, como el caso de los “Mártires de Chicago”, en cuya memoria fue declarado el primero de mayo como Día Internacional del Trabajo.

En la Guatemala actual, si nos pidieran definir con una palabra el régimen laboral que abarca a la mayoría de trabajadores, diríamos que es precario. Como dijera San Juan Pablo II, el salario justo es la verificación concreta de la justicia de todo el sistema socioeconómico. La verificación clave. En la Agenda 2030 de desarrollo sostenible, las Naciones Unidas incluyeron el objetivo de empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos como objetivo 8. El trabajo decente comprende, entre sus cuatro dimensiones, la creación de empleos dignamente remunerados.

En su III Congreso Laboral (2015), “Retos para la generación de empleo decente: hacia la formalización del mercado laboral”, el Cacif adhiere también al concepto, al igual que lo han hecho las organizaciones de empleadores y trabajadores que participan en la OIT, pero sus propuestas van en sentido contrario.  Como los salarios mínimos diferenciados y el trabajo a tiempo parcial, fervorosamente promovidos por el gobierno del Partido Patriota, van en la línea de aumentar la precariedad del trabajo y no en la promoción de un trabajo de calidad.

Una de las propuestas, concebida como “alternativa al modelo de definición salarial”, “eufemismo para referirse a la sustitución del salario mínimo”, es la adopción del pago por productividad, según la cual el trabajador devengará según una tabla de actividades y productividad establecida previamente por los patronos en una relación contractual con los trabajadores”.  Una elegante retórica para impulsar algo que, a lo largo de la historia de Guatemala, se tradujo en la inicua explotación del trabajador.

En Asíes publicamos el año pasado unos Apuntes para la historia del trabajo en Guatemala, que el lector puede descargar en http://www.asies.org.gt/apuntes-para-la-historia-del-trabajo-en-guatemala/, en el cual mencionamos, a propósito del pago por tarea, dos episodios acaecidos con una distancia de 200 años entre uno y otro.  En 1661 los indígenas de Ahuachapán se quejaron ante el presidente de la Audiencia, y el fiscal de la Audiencia lo verificó, que las tareas fijadas eran tan grandes, que la de un día apenas la podían sacar en toda la semana.   En 1862, unos campesinos indígenas de Acatenango y Santa Lucía Cotzumalguapa denunciaron ante el juez de Primera Instancia de Escuintla, que trabajaban por tarea, “a medida tan duplicada”, que debían laborar dos o tres días para cumplirla.

En años recientes un amigo me contaba que, encargado de elaborar tarimas en una fábrica de materiales de construcción, casi duplicó en pocas semanas la tarea asignada y de inmediato le aumentaron la cuota.  Vuelve a superarla y nuevamente la incrementan. Ese era el premio a su productividad.

En conclusión, si los empresarios quieren contribuir al logro del objetivo de trabajo decente, “la formalización es un medio, no un fin en sí misma” es necesario que planteen otro tipo de propuestas.

En la Guatemala actual, si nos pidieran definir con una palabra el régimen laboral que abarca a la mayoría de trabajadores, diríamos que es
precario

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