Todo lo humano es, esencialmente, finito y cambiante, y esto también afecta, como consecuencia, a toda obra producida por el hombre. Es una “ley de hierro” de la que no escapan los regímenes políticos
Todo lo humano es, esencialmente, finito y cambiante, y esto también afecta, como consecuencia, a toda obra producida por el hombre. Es una “ley de hierro” de la que no escapan los regímenes políticos