Siglo 21 Sección: Columna de Opinión Pagina: 16

 

Discusión bizantina

 En sus reflexiones sobre Guatemala y sus centros de pensamiento, con ocasión del 35 aniversario de Asíes (www.asies.org.gt/desafios-de-los-centros-de-pensamiento-en-centroamerica/) el Dr. Gert Rosenthal aludió a la discusión estéril, que podemos calificar de bizantina, sobre el papel del Estado en la sociedad.

En un extremo se encuentran quienes creen que el Estado debe hacerse cargo de todo, y en el otro quienes comparten el ideario de Reagan: el Estado es el problema y no la solución.

En lo particular creo que, como sucede en casi todos los aspectos de la vida, la respuesta adecuada la encontramos en un punto medio. Al respecto recuerdo lo que dijo alguna vez Bernardo Kliksberg: El Estado no puede resolver todos los problemas pero su
ausencia los agrava.

De mi parte, agrego que, aunque pudiera no debe hacerlo, pero tampoco el mercado puede. No es como el ajo, bueno para todo. Para funcionar bien, no como un fin en sí mismo, sino que para servir a la persona, sujeto y fin de todo orden social y económico, el mercado debe estar sujeto a ciertas regulaciones, cuya amplitud depende de las particulares condiciones de cada sociedad; y también el tamaño del Estado estará determinado por las necesidades concretas de esa sociedad.

En un artículo sobre el fracaso del estatismo (elPeriódico 25/1/15) su autor afirma que para muchos el problema de Guatemala es la debilidad del Estado para “resolver los problemas sociales”. Considero que el problema central de Guatemala es el binomio desigualdad-pobreza y que, para reducirlas, necesitamos un Estado con capacidades y recursos suficientes, que le permitan atender las necesidades básicas de la población, no solo seguridad y cumplimiento de los contratos –como se argumenta del lado neoliberal– sino que, fundamentalmente, salud y educación; así como regular el funcionamiento del mercado, especialmente del mercado de trabajo, pues la asimetría de poder entre empleadores y trabajadores es abismal; y asegurar una competencia razonable, pues se trata de aspectos fundamentales para evitar una exagerada concentración de la riqueza.

Un Estado suficiente no significa más instituciones ni que deba regularse hasta el mínimo detalle de la vida humana. Y en materia financiera, debe ganarse primero la confianza de los ciudadanos, mediante un manejo probo, racional y transparente de los recursos fiscales. El autor del artículo citado menciona como prueba el fracaso de la guerra contra la pobreza impulsada por el presidente Johnson (1963-1969).

Pero hay evidencia de que esa guerra no fue un fracaso, aunque al final de la década fue afectada por la de Vietnam (que esa sí fue un verdadero desastre). Piketty, en El capital en el siglo XXI, documenta que en Estados Unidos, en los años 60, se registró la más fuerte reducción de la desigualdad y la concentración de la riqueza, y que fue de los 80 en adelante –precisamente a partir de la llamada “reaganomics”– cuando volvió a incrementarse para no detenerse hasta la fecha. Un historiador puertorriqueño, Norberto Barreto, señala que entre 1960 y 1969 la pobreza bajó de 22% a 13% en Estados Unidos, y que entre la población afroamericana, se redujo del 40% al 20%. Es indudable que sin los programas de Johnson esos logros no se hubieran alcanzado.

De manera que, como afirmó el Dr. Rosenthal en otra parte de su intervención, “tanto el Estado como el mercado tienen vitales papeles complementarios que jugar”, y que las fallas del primero sirven de pretexto para la visión anti Estado, por lo que es urgente corregirlas.

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