Siglo 21 Sección: Un Punto de Vista

 

El pastor dio la vida por sus ovejas

El 23 de mayo pasado, por decisión del papa Francisco, quien lo declaró “mártir por odio a la fe” fue beatificado monseñor Óscar Arnulfo, arzobispo de San Salvador. De una posición original que podría llamarse tradicional, las expulsiones y asesinatos de sacerdotes y laicos, especialmente del padre jesuita Rutilio Grande, su gran amigo, en marzo de 1977, lo llevaron a denunciar cada vez con mayor fuerza la salvaje represión que las fuerzas armadas y los escuadrones de la muerte ejercieron, al igual que en Guatemala, sobre todo aquel que fuera sospechoso de participar o simpatizar con la insurgencia.

El 23 de marzo de 1980 —Domingo de Ramos— monseñor Romero pronunció una extremadamente valiente homilía. Recordó a los miembros de las fuerzas armadas la ley divina de “No matar”, y que ningún soldado estaba obligado a obedecer una ley inmoral, que fuera contraria a la Ley de Dios. Esto, que ahora lo dice cualquiera en cualquier momento y que siempre estuvo plasmado en las constituciones, fue considerado un llamado a la sedición. La brutal respuesta vino al día siguiente. Cuando oficiaba misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, un francotirador, desde un auto, le dio un tiro en el corazón. Consciente del peligro a que estaba expuesto, uno de sus cercanos colaboradores cuenta que se ofreció para sustituirlo en la misa que iba a celebrar a pedido de un amigo, pero a última hora se decidió por oficiarla.

Paradójicamente, fue asesinado cuando gobernaba una junta revolucionaria, luego de casi 20 años de dictaduras militares con fachada electoral, con cuatro militares que se alternaron en la presidencia, desde Julio Adalberto Rivera, el fundador del Partido Conciliación Nacional, del cual fueron copia casi fiel las satrapías militares y el PID guatemaltecos. Esa junta decretó la reforma agraria y la nacionalización de la banca, pero los escuadrones de la muerte siguieron actuando con absoluta impunidad.

Se ha dicho que desde el principio hubo fuertes presiones de sectores conservadores e incluso de los embajadores de El Salvador ante la Santa Sede para obstaculizar su canonización. El proceso diocesano inició en 1990, concluyó en 1996, y en junio de 1997 lo aceptó la Santa Sede. En 1983, en su visita pastoral a Centroamérica, Juan Pablo II llegó a la catedral de San Salvador, para orar ante su tumba, llamándolo “celoso Pastor a quien el amor de Dios y el servicio a los hermanos condujeron hacia la entrega misma de la vida de manera violenta”. Ese mismo día, en la multitudinaria misa que ofició, aludió al sangriento conflicto y las vidas tronchadas “cruel y brutalmente”, incluyendo las de sacerdotes, religiosos y religiosas, “e incluso de un pastor celoso y venerado (…) quien trató, así como los otros hermanos en el episcopado, de que cesara la violencia y se restableciera la paz. Al recordarlo, pido que su memoria sea siempre respetada y que ningún interés ideológico pretenda instrumentalizar su sacrificio de pastor entregado a su grey”.

También es importante mencionar que la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por el cardenal Ratzinger, analizó sus escritos y homilías, concluyendo que “no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del evangelio y de los pobres”. Indudablemente, el beato Arnulfo Romero hizo realidad, con su ministerio y su trágica muerte, la frase de Jesucristo recogida en el evangelio de San Juan: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas”. Que su ejemplo viva por siempre en el corazón de los católicos centroamericanos.

ASIES

Artículos Relacionados

©2018 ASIES Todos los derechos reservados. Realizado por Garber 2018