Siglo21 Sección: Opinión Página: 18

Del amor al odio

Entre los cientos de sabios refranes hay uno que reza “del amor al odio no hay más que un paso”. Si eso sucede en las relaciones familiares “contimás” (delicioso arcaísmo aún usado en tierras orientales) cuando se trata de quienes hacen gobierno.

Pérez Molina y Baldetti no fueron amados por los guatemaltecos, al estilo que lo fue George Washington –el primero en el corazón de sus compatriotas– pero al inicio del período gozaban de un alto nivel de popularidad, pese al incumplimiento de sus principales ofertas electorales –seguridad y empleo– y al contubernio, al principio solapado, con el partido Líder.

Pero, cuando el MP y la Cicig comenzaron a desvelar la podredumbre y recordando el descaro de casos como el de Amatitlán, se cayó el velo que parecía cubrir los ojos de muchos.

Y del apoyo se pasó a repudio, aversión y, por qué no decirlo, al odio.

Estos términos, y otros como antipatía, aborrecimiento, rencor, vienen a ser sinónimos. Quizá la palabra odio refleja sentimientos crueles y hasta irracionales, pero lo cierto es que el binomio Pérez-Baldetti hizo todos lo posible para ganarse la animadversión de gran número de guatemaltecos, especialmente de los sectores urbanos que le dieron el triunfo en 2011, porque pensamos que, de su contrincante, podía esperarse lo peor.

Este rencor ciudadano, y la exigencia porque sean juzgados y condenados, tiene mucho de deseos de venganza. Que según el DRAE significa satisfacción que se toma del agravio o daño recibidos.

El daño que hicieron es terrible, en términos de un inédito nivel de corrupción, que desvió parte importante de los escasos recursos disponibles para atender las necesidades de la población.

Vemos ahora el caso del hospital de Antigua, donde una señora tiene que llevar hasta guantes y algodón, para que atiendan el parto de una hija. Y, ¿qué sucedería si no dispusiera de dinero para adquirirlos?

Pero este rencor ciudadano y el trato que reciben cuando se celebra ruidosamente la renuncia de Pérez Molina o el juez le dicte prisión preventiva; o cuando Baldetti es rechazada y acosada por las reclusas de Santa Teresa, tiene un enorme valor didáctico.

Aparte de la posibilidad –que ojalá se concrete– de ser despojados de los bienes mal habidos y que pasen una larga temporada tras las rejas, el repudio de que serán objeto ellos y sus allegados es una lección que siempre deberán tener presente quienes ejerzan cargos públicos. La vergüenza no pasará y el dinero en la casa no se quedará.

Es por ello primordial que no sean beneficiados con medidas sustitutivas. Así no pueden recurrir al litigio malicioso, pues alargarían su estancia carcelaria. Recordemos cuando un expresidente del Congreso pasó casi dos años recusando uno por uno de los magistrados de la Corte Suprema.

Es igualmente necesario que las condiciones en los presidios, para quienes cometen delitos contra la administración pública, sean particularmente duras. Deben ser aislados, pero desprovistos de toda comodidad. Y que una vez purgadas las condenas, se les inhabilite absolutamente para ocupar cualquier cargo público. Así los que vienen atrás sabrán a qué se atienen.

También han de tomarse medida contra funcionarios que los favorecen, con sospechosos reportes médicos o como el caso de la ministra de Gobernación, con una prisión ad hoc para Baldetti.

Finalmente, es vital que se agilicen los procesos de antejuicio contra los diputados, porque en el Congreso siguen tan campantes, repartiéndose descaradamente el “Listado Geográfico de Obras”. No quitemos los dedos de las llagas.

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